sábado, 3 de mayo de 2008

La carroña


Recuerda lo que vimos, alma mía,esa mañana de verano tan dulce:a la vuelta de un sendero una carroña infameen un lecho sembrado de guijarros,con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,ardiente y sudando los venenosabría de un modo negligente y cínicosu vientre lleno de exhalaciones.El sol brillaba sobre esta podredumbre,como para cocerla en su punto,y devolver ciento por uno a la gran Naturalezatodo lo que en su momento había unido;y el cielo miraba el espléndido esqueletocomo flor que se abre.Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierbacreíste desmayarte.Zumbaban las moscas sobre este vientre pútridodel cual salían negros batallonesde larvas que manaban como un líquido espesopor aquellos vivientes andrajos.Todo aquello descendía y subía como una ola,o se lanzaba chispeantese hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,vivía y se multiplicaba.Y este mundo producía una música extrañacomo el agua que corre y el vientoo el grano que un ahechador con movimiento rítmicoagita y voltea con su criba.Las formas se borraban y no eran más que un sueño,un esbozo tardo en apareceren la tela olvidada, y que el artista acabasólo de memoria.Detrás de las rocas una perra inquietanos miraba con ojos enfadados,espiando el momento de recuperar en el esqueletoel trozo que había soltado.Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,que esta horrible infección,¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,tú, mi ángel y mi pasión!¡Sí! tal tú serás, oh reina de las gracias,después de los últimos sacramentos,cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,a enmohecer entre las osamentas.Entonces, oh belleza mía, di a los gusanosque te comerán a besos,¡que he guardado la forma y la esencia divinaDe mis amores descompuestos!

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